Las claves de un nuevo gobierno

Escribe: Lic. Aldo M. Abram

La clave para entender la actual gestión tiene que ver con la necesidad del nuevo Presidente de mostrar una rápida recuperación de la economía y una baja de la inflación; ya que eso garantiza el apoyo de la gente y, por ende, la gobernabilidad. Hace cuatro años que el país no crece y se debate en esta inflación. De hecho, el segundo semestre de 2015 fue netamente recesivo y esa tendencia se mantendrá en los primeros meses de este año; ya que no será gratis resolver los problemas heredados.

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El primer paso para liberar las fuerzas productivas fue salir del cepo. Este esquema cambiario se basaba en restringir arbitrariamente la venta de divisas oficiales a los particulares y empresas para poder fijar un valor del dólar que no reflejara todo lo que se depreciaba el peso, es decir la inflación. Este atraso cambiario no sólo quitó competitividad a todo el sector exportador, ya que llegó a significar una quita de un tercio del valor de lo vendido al exterior; sino que abarató artificialmente todos los bienes producidos en el país, cuyos precios dependían de ese valor arbitrariamente bajo del dólar oficial. Por eso, la creciente asfixia de las economías regionales, el sector agropecuario y gran parte de las industrias. Como contrapartida, esto permitía a los consumidores comprar más baratos los productos que se venden en los supermercados. La mayor disponibilidad de recursos en el bolsillo de la gente ampliaba las posibilidades de consumo en los centros urbanos, especialmente en servicios privados, los grandes beneficiarios de esta distorsionada realidad. Así, se explica la paradoja de un aparato productivo de bienes asfixiado, mientras era récord la venta de entradas de cine, los restaurants estaban llenos y los argentinos gastando en turismo en el exterior los dólares que se suponía eran escasos. En una palabra, nos estábamos comiendo la gallina de los huevos de oro en un estupendo guiso.

Con el mercado único y libre de cambios, el dólar buscó su verdadero valor y eso dará nuevo aire a todos los sectores productores de bienes. Algunos se verán más beneficiados que otros; ya que quienes tenían a Brasil como principal mercado, seguirán viéndose perjudicados por la crisis económica derivada de la política que vive ese país. Sin embargo, gran parte de las industrias, economías regionales y del sector agropecuario recibirán el empuje de la ganancia de precios relativos, a la que se sumó la quita de las exportaciones. Es así como se espera, si el clima ayuda, una buena cosecha gruesa y una gran inversión en la “fina” del segundo semestre, que en los últimos años no fue negocio y, por ende, fueron muy pobres. Esto va a funcionar como una transfusión de riqueza a la economía y la va a dinamizar. Otro factor relevante para la recuperación es terminar con el litigio con los holdouts en Nueva York; lo que habilitará salir de la cesación de pagos selectiva y, por consiguiente, volverá a poner a la Argentina en la “góndola” internacional de inversiones y crédito externo. El sector privado argentino está sediento de financiamiento y, también, los distintos niveles del Estado; ya que habrá que encarar un ajuste gradual del desequilibrio fiscal y, al mismo tiempo, avanzar en algunas obras de infraestructura urgentes. El ingreso de estos capitales también tenderá a dinamizar la demanda interna y, por lo tanto, el nivel de actividad. Por eso, la economía debería tocar piso en los próximos meses, para consolidar su crecimiento en el segundo semestre.

Si bien salir del cepo significó volver a la vida al sector productivo argentino, la realidad es que también tuvo un esperable impacto negativo sobre la inflación. Todo aquello que los argentinos compramos en los supermercados tendió a subir siguiendo el valor del dólar oficial. Esto era lógico y, también, que ese traslado al consumidor fuera menor a la evolución del tipo de cambio. La política monetaria austera, de un Banco Central que no tiene más como principal objetivo financiar los excesos de gasto público del gobierno, ha funcionado como amortiguador. Los intermediarios de dichos bienes, que antes aprovechaban su artificial baratura para cargar márgenes irreales, se encontraron con que debían acomodarlos a una nueva realidad para no perder clientes. Por su parte, los sectores de servicios privados vieron caer su demanda, ante un consumidor que tiene que gastar más en la canasta básica alimentaria; lo que restringió su capacidad de incrementar sus precios. A esto se le suma el ajuste de las tarifas en las prestaciones públicas, que también restó capacidad de gasto a la gente.

Así es como estos fuertes cambios de precios relativos, resultado de la necesidad de resolver las graves distorsiones heredadas, podrían llevar la inflación a tocar máximos de 35% en estos meses. Estamos convencidos de que a partir del segundo trimestre, el alza de precios se desacelerará; aunque todavía no queda claro cuánto. Un primer dato es que el Ministro de Economía, Alfonso Prat Gay, en una conferencia de prensa, anunció que la inflación tendría un techo de 25% para todo 2016. Sin embargo, no queda claro si ésta es una meta que debe ser asumida por el Banco Central o no. Si lo fuera, la autoridad monetaria cuenta con los instrumentos para lograr, por lo menos, acercarse a ese objetivo. Lo que no cabe duda es que la tendencia del alza de precios continuará con rumbo descendente y se podría lograr que se ubique en menos de 17% en 2017 y llegar a un dígito en 2018 o 2019. La clave para que esto se verifique es que el gobierno logre encontrar vías alternativas de financiamiento para sus desequilibrios fiscales, permitiéndole al Banco Central abocarse al objetivo de defender el valor del peso. Cabe aclarar que la administración anterior llevó a un estado de insolvencia grave a esta institución; por lo que también necesitará ir consolidándose patrimonialmente en el tiempo.

Por último, más allá de las necesidades de la economía, el principal reclamo ciudadano a la actual gestión debería ser la re composición de la deteriorada calidad institucional de la Argentina. Según el índice internacional que evalúa a 193 países del mundo, nuestro país fue el que más cayó en puestos en los últimos 10 años, del 56 al 137 (http://goo.gl/eTUikX). En definitiva, sólo un mayor respeto a las instituciones y derechos puede ser garante de que no volveremos a repetir las cíclicas crisis que presenta la historia argentina.