Hacia un futuro virtual

Yo, la humanidad, tengo miles de historias para contar. De tantas vidas y de tantas guerras. He aquí una de mis favoritas. Me acuerdo que, en los viejos tiempos, solía ser un gran cazador.

Tenía mi propia lanza y sabía pelear muy bien. Quizás mi único problema era que no sabía cultivar, quizás era muy tonto. Y estaba cansado de tener que buscar colegas que quieran intercambiar la carne por trigo, vasijas por telas, para así poder tener todo los bienes que necesitaba. Gracias a esa vieja invención, la moneda, mis problemas, al menos los económicos, han quedado atrás.

También recuerdo que, en las épocas de la sal y el oro, cuyos pesos eran la medida maestra y la base de la riqueza, tenía problemas para los negocios con mis monedas. Como yo era un ávido comerciante que recorría los pueblos y ciudades, se me complicaba mover mis monedas de oro de un lado para el otro. Pero gracias a esa vieja invención, los billetes, y junto con aquellas entidades llamadas bancos, mis problemas de acarreo han quedado atrás.

Cómo olvidar cuando, en las épocas cercanas a la Revolución Industrial y al comienzo de la época dorada de la nación inglesa, la confianza empezó a ser central, y el valor nominal de los billetes se desgastaba cada vez más. Necesitaba entonces algo más tangible. Fue cuando, con decisiones de vanguardia económica, se adoptaron en algunos países el patrón oro, que luego se expandió por el globo. Cada billete se podía reemplazar cuando se quisiere por su equivalente en oro, siendo esta una ventaja para controlar los flujos de capital, mantener la inflación casi nula, al igual que un precio agradablemente constante para el comercio mundial. Gracias a esa política económica, mis problemas de confianza y de crecimiento, han quedado atrás.

Hace poco, en los tiempos en que la primera desgracia bélica terminaba y cuando la gran depresión tiñó el globo de negro, la cantidad de billetes excedía de sobremanera a nuestro preciado metal áureo, lo que hizo insostenible el sistema establecido. Fue cuando la confianza tambaleaba por una fina cuerda. EE.UU e Inglaterra poseían las monedas más confiables y creíbles, por lo que varios países las habían adoptado como su fuente de respaldo. Pero con el transcurso de los años, las instituciones financieras no podían sostener el sistema, los países periféricos se veían atados a decisiones superiores globales y el dólar estadounidense empezó a flaquear. Fue entonces que, en 1971, EE.UU abandona el patrón oro, y el dólar responde a su valor por la confianza de sus poseedores. Gracias a ello, nace el dinero fiduciario, y los problemas en relación al oro han quedado atrás.

Me acuerdo que, cuando el dinero fiduciario todavía reinaba y el dólar se consolidaba como su propio valor en sí, mis transacciones cada vez demoraban más, necesitaba comprar otras monedas para adquirir bienes de otros países, los costos de regulación siempre estaban estorbando y me había cansado de la inseguridad.

Sin  embargo, el mundo necesitaba un cambio, y esto lo lograron las monedas criptográficas. Estas monedas virtuales que se desarrollan en Internet, que viajan sin fronteras, que ahorran tiempos de transacción, que no ocupan lugar. Los tiempos se redujeron, las barreras se traspasaron, los costos bajaron y la tranquilidad creció. Gracias a la invención de las criptomonedas, todos estos problemas han quedado atrás.