¿Carrera contra el tiempo?

Por qué una persona podría “correr” ininterrumpidamente, “hacer” sin descanso, negociar los siete días de la semana, evitar estar con su familia, con sus amigos, en vez de regalarse espacios de ocio recreativo, de contemplación de la naturaleza, de intimidad con su pareja?

Nos hacemos esta pregunta ante los comportamientos cada vez más comunes de muchas personas que parecen vivir vertiginosamente, como si estuvieran corriendo una carrera (a la par) de la vida, en la que no hay tiempo para detenerse. Se lo observa, por ejemplo, en los workaholics o adictos al trabajo (tanto por la acción en sí como por ser ésta la vía para ganar dinero); otros se afanan extremadamente para tener éxito o para mantener un estatus (social y/o económico). En fin, vemos personas que no pueden detenerse a reflexionar sobre qué están haciendo con sus propias vidas, y por ende, las de quienes los acompañan.

Por toda decisión que se toma en la vida se paga un “precio” o se asume la consecuencia correspondiente. En relación con este tema, nos hallamos, por ejemplo, con el “famoso” estrés que, al corroer cada vez más la salud psico- física y espiritual de las personas, las lleva a sentirse irritables, intolerantes, a alimentarse mal, a padecer insomnio y, progresivamente, a sentirse insatisfechos consigo mismos y con los otros, entre tantos indicadores. Por supuesto, todo esto culmina en la desarmonía en los vínculos personales, laborales, afectivos, sociales, produciendo rupturas y divorcios.

La excesiva actividad que analizamos no es la única responsable de los conflictos y pesares de los seres humanos, pero sabemos que es una fuente importante de desequilibrio personal- existencial.

Este homo faber, muy contaminado por la cultura de la imagen, del hedonismo y la influencia de la modernidad líquida (según término de Bauman), se olvidó de su sí mismo, de su ser interior, se alienó y creyó ilusoriamente que, detrás de esta lucha diaria y, en algunos casos, su compromiso con determinado emprendimiento, sería un “hombre feliz”.

La paradoja es que, cuanto más hace y se preocupa por aquello que considera

”importante”, más se aleja de su verdadero eje y más cerca se encuentra no sólo del desasosiego cotidiano, de angustias y ansiedades, sino también de enfermedades como úlceras y problemas cardiológicos.

Cuando alguien se percata de que puede estar transitando este camino o advierte signos de conflictos internos o externos que lo desbordan, como “semáforos simbólicos” que le indican que algo no está funcionando como él creía, es  importante  repensar:  ¿Quién  soy?

¿Qué quiero hacer de mi vida? ¿Qué he construido hasta el momento? ¿Cuáles son los verdaderos valores que me mueven? ¿Soy coherente entre lo que digo que busco y lo que hago? ¿Vale la pena renunciar a mis afectos genuinos, a los momentos hogareños, a los juegos con los hijos, al diálogo con mi pareja, a la visita a los padres ancianos?

Existen numerosas respuestas, que de- penderán de la subjetividad y valores de cada uno, por lo cual cada persona deberá replantearse qué quiere hacer de su vida, priorizar sus intereses y valores, aprender a aceptar los límites y disfrutar plenamente la vida con lo que ella  es y no aferrarse a una fantasía de lo que puede llegar a ser, perdiendo la noción y profundidad del presente. El futuro es producto de las decisiones que adopto y de las alegrías que elijo vivir hoy.

Si tanto busco en el confort externo, imagen rejuvenecida, contactos superficiales, éxito económico o poder,  ¿no será que poseo un gran vacío interior que temo enfrentar y del cual huyo con esta carrera sinsentido tratando de “ganarle” a la vida?

Raquel Adriana Sosa es Lic. en Psicología (UCASAL), profesora para la Enseñanza Media y Universitaria en Psicología, Especialista en Psicología Clínica. Tiene una Maestría en Educación. Es Doctoranda en Psicología (USAL), Mediadora y docente de las cátedras Psicología Evolutiva y Cultura del Niño y Adolescente, Psicología de la Adultez y Senectud y Psicología Clínica II de la Carrera de Psicología en la UCASAL.