El rol de los economistas en la sociedad

Si introducimos en Google la frase cuál es la tarea de un economista, el famoso buscador devuelve alrededor de 591.000 resultados, de los cuales sólo los 11 primeros refieren exclusivamente a esta pregunta. Lo mismo ocurre si hacemos esta consulta en el sitio de la Asociación Argentina de Economía Política, donde entre todos los trabajos presentados en las reuniones anuales desde 1964 a 2014, sólo existen dos que tienen la palabra “economista” en su título. Al menos estas dos búsquedas demuestran la dificultad que existe para definir lo que puede hacer y aportar a la sociedad un especialista de esta ciencia social. Esto tiene importantes consecuencias, no sólo para quienes están pensando estudiar economía o lo están haciendo actualmente, sino para los profesionales que deben definir que servicios ofrecer en el mercado, y también para quienes requieren del trabajo de un economista y no comprenden bien su ámbito de acción.

Existe una definición bastante generalizada que establece que la economía estudia el comportamiento de los individuos, las empresas, los grupos sociales y el Gobierno ante los problemas que les plantea la escasez, el bienestar, la estabilidad, el crecimiento y el desarrollo económico, lo que implica tener que elegir entre diversas opciones, entrar en relaciones de intercambio y acuerdos e intervenir en la actividad económica mediante la política económica del gobierno.

Entonces el economista reúne una serie de elementos teóricos y de análisis muy particulares, que le dan la ventaja de ser un científico de corte social que comprende la importancia de analizar el contexto en el que se desarrolla la actividad humana y a la vez, tener instrumentos similares a los de las ciencias exactas que le permiten formular modelos de alto contenido formal, matemático y estadístico para diseñar intervenciones y proponer a la sociedad nuevos equilibrios de funcionamiento con mayores niveles de bienestar.

Sin embargo, por percepciones sociales erróneas, en nuestro país y también en el resto del mundo, la tarea de un economista está asociada de manera inseparable a predecir el futuro, al mejor estilo del célebre profeta Nostradamus. A esa concepción han contribuido mucho los analistas que frecuentan los medios de comunicación, siempre prestos a jugar la carta del adivino para así ganar algo de espacio en el mercado.

Si bien una importante faceta en cualquier ciencia es la de poder predecir el comportamiento de un fenómeno basándose en el conocimiento del mismo, la sola idea de que la profesión del economista es inútil si no es capaz de predecir lo que vendrá no puede ser más errada: los médicos no viven de predecir quién sanará y quién no, y cuándo o cómo, sino de prescribir remedios y corregir desequilibrios en función de su formación y conocimientos.

Acerca de este hecho, el profesor de economía Karl Gustav Cassel expresaba que, “el futuro está influenciado por hechos venideros sobre los que no sabemos nada, y cuya predicción, en cualquier caso, no pertenece a la ciencia económica”. Una ciencia, por otro lado, de carácter social, que no se presta a la realización de experimentos en el marco de un laboratorio donde puedan fijarse determinadas condiciones fundamentales, y que por lo tanto agota rápidamente ésta capacidad, o al menos la relativiza enormemente. Así, el devenir de la actividad económica es el resultado de las decisiones que millones de agentes económicos están adoptando y modificando de manera continua, y en tiempo real, lo que implica que una modelización que reproduzca fielmente ese enorme mosaico es una meta sumamente complicada, sino imposible.

Tomando las palabras del mítico economista John Maynard Keynes, en ocasión del obituario de su mentor y gran referente de esta ciencia, Alfred Marshall, “el economista debe alcanzar un estándar elevado en diferentes direcciones y debe combinar talentos que con frecuencia no se encuentran reunidos en la misma persona. Debe ser matemático, historiador, estadista, filósofo -en algún grado-. Él tiene que entender símbolos y hablar con palabras. Debe contemplar lo particular en términos de lo general y tocar lo abstracto y lo concreto en el mismo vuelo de pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado para los propósitos del futuro. Ningún aspecto de la naturaleza humana o de sus instituciones debe quedar enteramente al margen de su interés. Debe ser persistente y desinteresado de manera simultánea; soñador e incorruptible como un artista, y sin embargo a veces tan terrenal como un político”.

Al calor de esta concepción, se puede manifestar abiertamente que el desarrollo de la sociedad exige la presencia de economistas que participen en la formulación y la evaluación de políticas públicas y proyectos privados, que colaboren con el diseño de instituciones que den incentivos correctos, que difundan el conocimiento sobre el comportamiento y los efectos de las variables macroeconómicas y, que a partir de sus observaciones de la realidad, desarrollen teorías que sirvan para explicar los fenómenos socio económicos.

Así las cosas, la primera misión de un economista hoy, debe ser luchar por recuperar su auténtico rol, que no es otro que contribuir a que todos los seres humanos puedan satisfacer dignamente sus necesidades. De alguna forma, un economista que no tenga como objetivo fundamental de su actividad la satisfacción de las necesidades de sus vecinos, compatriotas, pero también -en un mundo globalizado- de toda la humanidad, estará traicionando el que podríamos considerar el juramento hipocrático para economistas.