La Grieta en el Pensamiento Económico

En los últimos tiempos un término se ha instalado inexorablemente en el vocabulario de los argentinos: “la grieta”. Todos aseguran anhelar enmendarla, superar diferencias y procurar seguir un camino común. Pero la grieta ahí continúa, inamovible, firme y cada vez más profunda. Casi forzosamente se induce a la ciudadanía a posicionarse en alguna de las dos veredas, mientras la mayoría se siente víctima de esa dicotomía.
Las diferencias en la forma de percibir y pensar la realidad es un fenómeno propio de la naturaleza humana, en todo tiempo y lugar, que resulta hasta saludable como concepción de libertad individual y democracia. Lo perjudicial radica en el reduccionismo hacia la bifurcación y la polarización, con la consecuente exacerbación de la intolerancia hacia quien quedó del “otro lado”.

Aunque sea una obviedad, las distintas posturas ideológicas no son patrimonio exclusivo de la política, menos aún de la Argentina. La Economía como disciplina que estudia el comportamiento humano, arrastra, padece y hasta fogonea su propia grieta, desde los mismos inicios en que se formalizó como ciencia.

Con la premisa de sostener imparcialidad, condición casi inédita cuando se aborda este tema, intentaremos presentar de manera simplificada y a grandes rasgos un panorama de los rebaños o clanes en los que se agrupan las principales doctrinas económicas. Sus adherentes (ya sea por convicción o conveniencia) fijan posiciones irreconciliables, mantienen una disputa dialéctica en los medios de comunicación y en la academia, y terminan influyendo en las decisiones políticas que afectan a millones de personas.
Básicamente, las escuelas de pensamiento económico se dividen en dos grandes grupos: los ortodoxos y los heterodoxos. La denominada “ortodoxia” tiene sus raíces en la antigua escuela clásica inglesa (Adam Smith y la mano invisible, David Ricardo, Mill) de los albores del capitalismo, cuan- do la economía comenzó a formalizarse y a alcanzar el status de ciencia.
Según sus postulados, la economía por sí misma siempre tiende hacia el equilibrio sin la necesidad de la intervención estatal para regularla. Bajo la consigna del “laissez faire, laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar), la libertad de competencia se encargará de los problemas esenciales: qué, cómo y para quién producir. Los clásicos fueron precursores de otras vertientes de pensamiento, como la escuela marginalista, la austríaca, el liberalismo económico, que (a riesgo de excedernos de pragmáticos) podríamos nuclearlas en lo que hoy se conoce como “neoliberalismo”. Si debiéramos escoger un líder histórico que represente a esta corriente, pocos recusarían la elección del austríaco Friedrich Hayek. A mediados del siglo XX, en la posguerra, cuando este movimiento se encontraba relegado por el paradigma del intervencionismo y la aplicación del Plan Marshall, se aglutinó, concentró y renació con nuevo vigor desde la Universidad de Chicago. Este centro desarrolló desde el ámbito académico nuevas teorías, donde una doctrina surgió como emblema: el monetarismo. Los “Chicago Boys”, a partir de la década del’70 dominaron el mainstream económico y político, a fuerza de ser contratados como asesores económicos de los gobiernos más poderosos y del reconocimiento académico a través de la obtención de varios Premios Nobel en Economía. Figuras como Milton Friedman, Gary Becker, Robert Lucas, George Stigler, son algunos de sus reconocidos exponentes. Emparentada a esta escuela, están las políticas implementadas por instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y los postulados impulsados desde el llamado Consenso de Washington en los ’80.

Por otro lado, podemos simplificar con cierta arbitrariedad como “heterodoxia” a todas aquellas corrientes que, sin dejar de tomar como válidas leyes que provienen del clasicismo, reconocen la imperfección de los mercados y abogan por la intervención efectiva del Estado como regulador de la economía.
Antes de continuar con las características de las “tribus heterodoxas”, cabe detenerse a señalar una tercera posición: el marxismo. Surgió a mediados del siglo XIX como crítica al sistema capitalista y tuvo su momento de gloria a principios del siglo XX con la implementación de sus doctrinas por los regímenes comunistas. Pero deliberadamente excluimos al marxismo de nuestro análisis, puesto que sus teorías no tuvieron vigencia ni lograron reinventarse ante el avance de un mundo globalizado hacia los sistemas de mercado.

Dentro de la “heterodoxia” existe una figura que indiscutiblemente la representa: John Maynard Keynes. Su teoría toma trascendencia como respuesta a los fallos del sistema capitalista puro, que eclosionó con el crack bursátil del ´29 y desencadenó el período conocido como la Gran Depresión. Los principales aportes de Keynes radicaron en demostrar que el mercado, bajo la libre acción de sus agentes económicos, no garantizaba la mayor y mejor utilización de los recursos.
Problemas como el desempleo y la recesión requieren la imprescindible intervención del los gobiernos, mediante aplicación de políticas fiscales y monetarias para subsanarlos, según la óptica keynesiana. A partir de allí tuvieron su origen los denominados sistemas de economía mixta y el Estado de Bienestar. Con el correr del tiempo, nuevos movimientos y corrientes de pensamiento económico derivaron de esta línea: los Postkeynesianos (Joan Robinson, Kalecky, Minsky), la reconocida Síntesis Neoclásica (John Hicks, Paul Samuelson), la Escuela Neokeynesiana (Solow, Baumol, Krugman, Mankiw), el Institucionalismo (Galbraith), los Estructuralistas. A su vez, la Economía como ciencia relativamente joven va expandiendo su frontera de conocimiento, desarrollando nuevos tópicos y campos. Disciplinas como la Economía del Comportamiento desafían los supuestos en los que se cimentaba la economía tradicional, por lo que siguiendo nuestro compendio, encuadramos a estas ramas incipientes dentro de la heterodoxia.
Tanto el liberalismo como el keynesianismo, bajo sus diferentes variantes, han logrado dominar durante ciertos períodos históricos la tendencia principal de política económica de las naciones occidentales. Las revolucionarias ideas de Keynes fueron adoptadas por conducciones tan disímiles como los Estados de Bienestar y los regímenes totalitarios, durante décadas hasta entrados los ’70. Luego, quedaron expuestos sus propios vicios y falencias, como su incapacidad para salir de la estanflación (estancamiento mas inflación) y promover aparatos estatales monstruosos, populistas, ineficientes y corruptos.
A partir de allí, pasó a ser víctima de una especie de inquisición y el establishment le dio la espalda aferrándose nuevamente a las prerrogativas del liberalismo, bajo la ya mencionada vertiente monetarista. Las riendas las llevó el modelo neoliberal, con sus fundamentos de eficiencia de los mercados y estructuras estatales mínimas, más el plus académico de contar con un instrumental analítico semejante al de las ciencias puras, que le otorgan cierta investidura de elegancia formal. Pero que, al mirar de sus críticos, lo disocia del mundo real.
La grieta del pensamiento en economía, a nivel mundial, quedó expuesta con mayor profundidad a partir de la crisis financiera de 2008. El sistema dominante fue incapaz de predecirla ni atenuar sus riesgos. Más allá de las acusaciones cruzadas, los argumentos de cada sector y del resurgimiento del neokeynesianismo como promotor de las soluciones, la Economía como disciplina científica terminó notablemente  debilitada. Queda en evidencia que, a diferencia de otros saberes, ha carecido de capacidad para fortalecerse de conocimientos acumulados y evolucionar en un sentido superador. Cada ruptura y cambio de paradigma ha implicado desechar todo lo anterior y valerse de aparatos analíticos rígidos pero propios, desconociendo la importancia de una mirada más cercana a la complejidad de la realidad.
Como corolario, salvando las profundidades de la grieta en el pensamiento económico, se citan sendos fragmentos de dos de los mayores exponentes de “cada bando“, donde paradójicamente concuerdan en una misma visión: la innegable influencia de las doctrinas económicas en la vida cotidiana de la humanidad.

...“las ideas de los economistas y filósofos políticos, tanto cuando son correctas como erróneas, tienen más poder de lo que comúnmente se entiende. De hecho, el mundo está dominado por ellas. Los hombres prácticos, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, son usualmente esclavos de algún economista difunto”. (Keynes, 1936).

“El carácter del proceso por el cual las opiniones de los intelectuales influyen las políticas del mañana es, por lo tanto, mucho más que un interés académico. Ya sea que simplemente desean prever o tratar de influir en el curso de los acontecimientos, es un factor de una importancia mucho mayor de lo que se entiende en general. Lo que a un observador contemporáneo aparece como una lucha de intereses contradictorios, ha sido decidido mucho tiempo antes, en un choque de ideas limitadas a círculos restringidos”. (Hayek, 1949).